Estamos enojadas.

El movimiento internacional #MeToo se da otra oportunidad en México.

Adriana
11 min readMar 30, 2019
© Sadak Souici

#MeToo es un movimiento internacional que comenzó en 2017 desde la glamorosa trinchera hollywoodense, con nombres muy importantes tanto del bando de acusadores como del lado de las víctimas.

http://time.com/time-person-of-the-year-2017-silence-breakers/

Este movimiento fue importante para dos cosas: (1) darnos cuenta que es difícil ser abusada por una figura masculina de poder en cualquiera que sea su rubro y que se haga justicia legal o divina; y (2) visibilizar que no han abusado sólo de una mujer como caso aislado, que no sólo una mujer se sentía así, que estas personas eran abusadores seriales y que durante mucho tiempo, entre hombres, se solaparon estos casos para que no salieran a la luz pública.

Este movimiento ya había llegado a México hace un tiempo gracias a la difusión de Carmen Aristegui, pero entre acusaciones dudosas de figuras públicas como Sofía Niño de Rivera y Paola Núñez, no llegó al nivel de conciencia que el #MeToo tiene en el país vecino.

Sin más rodeo, no creo ser la única que se siente confundida y desgastada al ver todos esos nombres conocidos en pequeñas capturas de pantalla de mensajes directos en Twitter, así que, después de mucho, he decidido volver a escribir y espero con este mensaje no ofender a nadie.

Yo también, amiga. Yo también.

Cuando todo esto del #MeTooMX resucitó con la exhibición de las bajezas que había cometido Herson Barona, recuerdo haber sentido mucho coraje con el cinismo que emanaba en sus respuestas: «he cometido errores con mis parejas, sí, pero…», «la sociedad está muy sensible con esto y lo entiendo», «no, Mireya, eso no pasó, o sea, incluso tú me seguiste frecuentando». (Tan fácil como decir: «Sí, fui un completo desgraciado. Díganme todas cómo puedo enmendar el daño que les he hecho. Las escucho».)

Entre las cosas atroces que había cometido este hombre, se encontraba haber embarazado a su ex pareja, quien tuvo que acudir por su cuenta a que le realizaran un aborto, y hacérsele muy normal enviarle un mensaje que decía: «¿No te moriste? Chido».

Tengo entendido que Herson Barona también ejerció violencia física a sus ex parejas. Y eso sí es un delito. Aunque no sea debidamente castigado como tanto citan al MP.

Pero, ¿y el daño emocional? ¿Y la violencia emocional? ¿Y el abuso psicológico? ¿Y todo lo horrible que hizo? Se portó como un verdadero hijo de puta.

Y, ¿es un crimen ser tan hijo de puta? Desgraciadamente, no.

Otra de las mujeres valientes que alzaron la voz fue Mariana Ortiz, alguien a quien considero una amiga. Ella relataba un abuso contra el misógino favorito de Twitter, alias Bilop [sic]. Un hombre de cuarenta y tantos años que apostaría que no ha superado del todo su divorcio; un hombre horrible a quien durante mucho tiempo he tenido que leer en mi timeline con comentarios en todo momento humillantes e hirientes hacia mujeres, viéndonos siempre como un objeto sexual, como estúpidas, como personas a quienes puedes pisotearles los sentimientos y abusar de su confianza sin represalias y con tal de preservar el absurdo y cliché ideal de tratar mal a las mujeres y que estas mismas mujeres aun así quieran tener sexo contigo —sexo de porno mainstream, sexo de manual, sexo en el que sólo el placer masculino importa y, por tanto, muchas veces el consentimiento femenino se omite.

Recuerdo que antes que Mariana finalmente lo callara contando toda la violencia emocional y sexual que vivió con él pese a los posibles detractores que ella sabía que encontraría en el camino, el hombre salió en defensa de sus amigos escritores exponiendo argumentos estúpidos como: «ser fuckboy no es delito» y «aprendan a lidiar con el rechazo». Siempre gaslighteando; siempre haciéndote creer como mujer heterosexual que si te sientes mal, triste, enojada, engañada, defraudada y violada, pues no te ultrajó un desconocido en un callejón oscuro amenazándote con una navaja, así que no existe en el plano de las causas por las que pelea el feminismo. Es tu culpa. No puedes ni siquiera expresar tu dolor porque incomodas a este güey al reclamarle por cosas que sí te hizo —y ya ni hablar de que alguien le reproche su conducta.

Nuevamente: ¿es un crimen ser tan hijo de puta? Pues, por supuesto que no. Si fuera delito, personas horribles como Bilop [sic] le bajarían de huevos inmediatamente.

Ante todo esto que estaba pasando, como a muchas, se me vino un nombre a la mente. Seguro que me he topado con más de un hijo de puta en esta vida, pero desde hace un tiempo, he estado haciendo mucho trabajo psicológico en terapia y he decidido “no clavarme” nunca porque sé que a pesar de que alguien se porte como un hijo de puta contigo, es muy difícil que tu “denuncia” proceda aunque sea en un plano social.

Cuando las diversas cuentas de #MeTooMX para cada rubro profesional comenzaron a abrirse, yo envié una denuncia anónima. Vaya, desde el inicio compartí en todas mis redes sociales que había sido violentada y abusada por alguien que, a pesar de haber tenido mi consentimiento, me jodió muchísimo emocionalmente: tuve un largo episodio de psicosis, depresión y… horror. Yo tuve un ataque de pánico por cada vez que lo vi a lo lejos (y no canalicé ninguno de la mejor manera).

Así que lo mandé. Mandé mi “denuncia”. « [Fulano] [es un hijo de puta] y yo sólo quiero que ninguna otra mujer se sienta tan mal como yo me sentí en su momento». Toma. Ahí tienes. Me jodiste la vida y ya no me voy a quedar callada.

Gracias a ese imbécil, yo dejé de escribir durante mucho tiempo. Porque cuando tienes veintiuno y el güey que te juró amor eterno persistentemente comienza a decirte que “no eres especial”, que “debes renunciar a tus sueños” y que todos estos argumentos están sustentados en que “él ha conocido a mucha gente” y “sabe de esas cosas”, él sabe si “la gente la va a armar o no” y él tiene por seguro que “tú no” y que, claro, tiene que decírtelo “para que dejes de hacer el ridículo intentando hacer lo que amas”. (Identifiquen ustedes los tipos de violencia en estas frases.)

Recuerdo cada palabra de ese enorme mensaje horrible. Recuerdo todos los insultos —como el «chinga tu madre»— que recibí cada vez que intenté hablarle con cariño, pero desgraciadamente mi archivo mental tardó en borrar todas las letanías prematuras de «te quiero», «yo nunca te voy a lastimar», «eres wow para mí», «confía en mí», «espérame un año y te juro que voy a volver por ti porque… ¡quiero que seas mi novia!», «siempre quise encontrar a alguien como tú», y he de admitir que eso sí fue mi culpa.

Una persona con autoestima se aleja en cuanto le demuestran que no van a tratarle con respeto. Pero díganme: ¿ustedes creen que en esta sociedad es fácil para cualquier mujer tener una autoestima alta? Ya saben, con los Bilops [sic] de todos nuestros rubros diciéndonos que tenemos que cumplir con ciertos estándares de belleza, que tenemos que estar ahí a merced de un hombre porque “nadie va a llorar por panochita” —este señor es tan cobarde que no puede propiamente pronunciar la palabra ‘vagina’—, que sólo somos un objeto sexual y que si nos sentimos mal, si no estamos de acuerdo con todo esto, es nuestra culpa.

Yo honestamente creo que la sociedad no está en un punto en donde las mujeres podamos desarrollar una autoaceptación natural sin acudir a terapia psicológica. La verdad.

Cuando ocurrió ese episodio violento para mí, yo tenía veintiún años, como ya dije, y la persona a quien no me atrevo a nombrar una segunda vez porque aún sigue siendo una sombra de mucho dolor, tenía casi cuarenta y un divorcio. Me llevaba cierta ventaja.

Durante años, nunca redacté este abuso, esta violencia invisible que yo sufrí. Lo reprimía todo, así que yo me desbordaba en ansiedad. Nunca quise hacerlo público porque yo sabía cómo reaccionarían nuestros amigos y desconocidos en común: «ay, ni te hizo nada», «pues ya, te clavaste con un güey que no te quiso y ya», «tú te lo buscaste», «ya sabías cómo era», «pues si ya te había tratado una vez mal, ¿para qué seguías ahí?», «ay, pues no vayas a lugares donde él pueda estar y ya» o mi favorito: «Eres una groupie» —me han hecho entrevistas de radio desde los 19 años, pero, claro, él tiene la guitarrita y el look facho, así que yo soy quien queda como que intenté sacarle “fama”.

Por todo esto, por la percepción tan nula que existe en esta sociedad, por los egos de cada profesión —que desbordan sentimientos de inferioridad no resueltos, ojo ahí—, por… miedo, no dije nada. No le conté a nadie. No “alcé la voz”. No le di valor a mis sentimientos. Dejé que él contara lo que tuviera que contar. Permití que a sus cuarenta años, reaccionara como un adolescente con su círculo de amigos cuchicheando, mirando y riendo. Yo ahí sola aguantando vara, güey, equis.

Eventualmente, me harté de saber que podía encontrármelo en cualquier bar que tuviera a bandas independientes tocando. Me harté de saber que cualquier cosa que yo escribiera, cualquier borrador que yo publicara, cualquier trabajo escrito que me tomara tiempo y dedicación, él públicamente lo iba a degradar a una carta de amor, para colmo, inspirada en él —no dedicada a, no: inspirada en.

Así que dejé salir a tomarme una chela en Caradura los miércoles por la noche y también dejé de escribir. Me recluí muchísimo. (¡Y ya ni hablar de cómo está mi vida amorosa!)

Él me hizo pasar como su “niñita enamorada” en lugar de aceptar con huevos que, a sus cuarenta años, por sus propios complejos, tuvo la necesidad de… destruir emocionalmente a una escuincla de veinte que, entre tanta insistencia romántica, sí le tomó confianza y cariño de verdad.

Pero nuevamente: ¿es delito ser tan hijo de puta? No.

«Los hombres son basura», o la normalización de la violencia emocional

Me atrevería a decir que todas las mujeres han pasado por experiencias así. Todas hemos sido violentadas emocionalmente y es una situación que simplemente se pasa por alto. Hacen mierda nuestros sentimientos, nuestro pensar… nos mienten en la cara, nos engañan sólo para conseguir la validación de meter su pene en nosotras y de inmediato tratarnos como basura una vez que eyaculan, como si realmente no fuéramos más que el Kleenex con que se masturban mientras ven porno.

Recuerdo justamente que una vez me encontré a mi acusado en mi restaurante favorito y yo me sentí muy incómoda porque él volteaba constantemente como por el morbo de verme, así que me cambié de mesa al rincón para no estar en su campo de visión y que él tampoco estuviera en el mío. Más tarde, en plena llamada telefónica de reclamo, mi acusado, tan normal, me suelta: «Sé que te fuiste al baño a llorar por mí toda la noche». Así. Tan normal y a la vez tan cruel. Tanta inconsciencia. Y, a pesar que esto no ocurrió así, me dio muchísimo coraje saber que un hombre veía normal que una mujer a la que conoce se fuera al baño a llorar toda la noche por él, que incluso lo viera como un logro el hacer sentir tan mal a una persona. (De nuevo, identifiquen imparcialmente ustedes las violencias presentes en esta mini anécdota.)

Hemos normalizado que un hombre sea un hijo de puta y que una mujer sea descartada, humillada, silenciada. En parte, es por eso que todo esto estalló. Porque en pleno 2019 es noticia que se le señalé a un hombre por una falta que cometió. Más aún, imagínate, una mujer señalando a un hombre por una falta que cometió. Seguimos en la Edad Media.

Para que todo este episodio haya sido tan shockeante, debió haber existido mucha egolatría por parte de los acusados y también mucho solapamiento por parte de todas las personas que les rodean. Socialmente se ha normalizado que un amigo acose mujeres, las use, las mande a la mierda sin sentir ni siquiera el más mínimo deber de la responsabilidad afectiva y que las violente psicológica o emocionalmente a placer, le valga madre y siga con ese patrón sin que nadie le diga: «Oye, güey, yo creo que tienes que empezar a ser tantito menos mierda».

Personalmente, he hablado con acusados a los que conozco y aún estimo (perdón), y sus reacciones son similares: «estaba muy morro», «ya no me acuerdo» y, sobre todo, «yo no sabía que estaba mal». Así como la sociedad ha sometido a las mujeres durante tanto tiempo y nos ha hecho menos para privarnos de tantas cosas, también ha permitido que los hombres hayan pasado tanto tiempo sin desarrollar inteligencia emocional.

En muchas de las acusaciones —porque no son exactamente “denuncias” — , hemos leído dolo. Es comprensible, por supuesto, porque vienen de personas que fueron lastimadas. En muchas de las acusaciones, se lee clara la intención de expresar todo ese resentimiento que han tenido que callar por años, porque nunca había existido un espacio colectivo así.

Estamos enojadas. Pero el problema del enojo es que te nubla la mente y no puedes pensar objetivamente.

Y entonces, «¿dónde queda la veracidad de los hechos?», pregunta la sociedad que ha normalizado todas estas conductas de sus compas e ídolos. De nuevo, «no es delito».

Y no es delito, es verdad. Pero yo sí creo que, así como hay muchas cosas que nuestras autoridades aún no castigan, deberíamos comenzar a visibilizar estas conductas para que entre nosotros podamos señalarnos lo que no vemos bien, para mejorar poquito a poco como sociedad.

Ojalá este espejo doloroso ayude a que nos relacionemos sin tanta violencia (incluso en un plano íntimo) y a que dejemos de tener en pedestales a personas que simplemente han tenido más exposición pública, para que así los veamos como humanos y sepamos distinguir entre la vida personal y la vida profesional de una persona.

Por mi parte, he pedido que quiten mi denuncia en la cuenta #MeTooMX correspondiente. (Igual nadie la peló, güey.)

Una chava habló sobre el perdón. He ido a terapia apenas durante unos meses, pero algo que mi psicóloga ha mencionado es que el perdón viene de uno mismo más que de recibir una disculpa, porque si somos sinceros, una disculpa así de pura palabra, no enmienda nada. Yo escojo ser más que “la chava de la que [tal güey] abusó”. Yo escojo que los errores que cometí —porque cometí muchos errores, porque yo también tengo mi parte de culpa en esto— no me impidan avanzar. Sí, un imbécil me jodió, y si algún día veo a una niña de veinte años en una destrucción emocional como la que yo tuve, claro que voy a extenderle una mano como a mí me hubiera gustado que alguien lo hubiera hecho. Pero creo, sinceramente, que uno tiene que aprender a dejar de tener tan presentes las malas experiencias por más doloroso que este proceso sea.

En fin, creo que he llegado a un análisis importante que muchas “víctimas” deben hacerse. Esta persona fue un hijo de puta conmigo, pero eso no lo exime de ser bueno o malo en su trabajo, y espero eso tampoco signifique que va a ser un hijo de puta con todo mundo por el resto de su vida.

Hablo de todo esto desde mi caso personal. Porque sé que somos muchas chavas acaparando una plataforma que quizá necesite tener más espacio para que otro tipo de violencias sean más visibles. Estoy segura que a nuestras hijas va a tocarles un mejor futuro con todo esto que estamos haciendo.

Está bien que esto haga conciencia sobre todas las mujeres enojadas que han tenido que callar su coraje. Pero, por favor, que no se convierta en algo donde perseguimos a León Larregui por violencia emocional e ignoramos violaciones, golpes y conductas que deban ser castigadas con mayor urgencia sólo porque son cometidas por un músico de menor renombre.

--

--

Adriana

Unethically monogamous. Hobbies include listening to music, watching movies, and proofreading (seriously).